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Tartufo de Moliere | El festival del gesto y el diálogo con la tradición.

La no-poética del cliché.


Teatro Reina Victoria.

Madrid.


"Ni el teatro se agota en la gestualidad, ni la gestualidad es ya de por sí teatro."

La gestualidad y el teatro forman una pareja, como casi todas, contradictoria. Ni el teatro se agota en la gestualidad, ni la gestualidad es ya de por sí teatro. ¿Qué hay del gesto en el teatro? Depende de a partir de qué surja el gesto.


La propuesta inicial de El Tartufo de Ernesto Caballero me pareció muy interesante: el diálogo con la tradición. Jorge Eines dice en las 25 ventanas que la tradición es un estribo. Y que de la tensión entre el transmisor de la tradición, que es el texto, y todo lo que el texto no dice, y por lo tanto todo lo que hay que hacer, surge una visión nueva que no puede sino superar la contradicción que surge entre ese texto portador de una tradición de siglos atrás, y una forma de ser en el presente. Este Tartufo empieza preguntándose precisamente eso. ¿Cómo hacer hoy El Tartufo?


"Este Tartufo empieza preguntándose precisamente eso. ¿Cómo hacer hoy El Tartufo?"


Y en un giro esperado pero igualmente extraño, los intérpretes se ponen a pensar (y no a hacer, como cabría esperar de actores y actrices). Buscan, según la caracterización einesiana, lo metafórico y se retan a sí mismos diciendo: A ver si encontramos una forma de hacer un Moliere actual. ¿Cómo? Pues pensando y buscando significados. Y surge una jerga moderna que celebra lo reconfortante del lugar común. Ocurre en la criada Dorina, en los bailes, en la versificación tradicional en el resto de los personajes, en la gestualidad trabajadísima – pero no por ello menos conocida – de Pepe Viyuela (Tartufo y Madame Pernelle), en los aspavientos incondicionados que acompañan a un texto - y que popularmente se conocen como actuar - en una Mariana enseñando los pechos como referencia a una lucha legítima de nuestro tiempo y con algunas cosas más. Se mezcla todo lo anterior, se agita, se revuelve ... y a escena. A ver qué sale.


"Pepe Viyuela rescató la obra como él sabe: tirando de oficio ... si bien lo que él hace es intenso y es significativo, era él, y no Tartufo."

Y lo que salió fue una sucesión de clichés, frases hechas (modernas y antiguas) y gestos hechos, que intentaron parir una poética. Pero no ocurrió. Pepe Viyuela rescató la obra como él sabe: tirando de oficio, sea eso lo que sea. Y eso condenó aun más la obra a no tener un sentido, porque si bien lo que él hace es intenso y es significativo, era él, y no Tartufo.


"Pepe Viyuela ... contribuyó a que yo creyera que es posible no conformarse con los clichés. En este Tartufo él lo ha olvidado. O casi."


Pepe Viyuela causó un cambio en mi forma de entender el teatro. Hace unas décadas le vi haciendo un Shakespeare (tal vez La Tempestad) en el Teatro Abadía. Y él contribuyó a que yo creyera que hay más formas de hacer teatro. Y que es posible no conformarse con los clichés. En este Tartufo él lo ha olvidado. O casi.


Curioso, pero en esa forma de metaforización no surgió el puritanismo actual (el ideológico en política, el ecónomico y social que petrifica nuestras relaciones) ni la financiación de algunos sectores de las instituciones religiosas o de cualquier otro tipo (por ejemplo, los bancos) a base de absorber fieles pudientes y desplumarlos. Parecen temas más obvios en el Tartufo, y su actualidad es más profunda que la que se manifiesta en hacer giros léxicos actuales o citar de lejos a Femen. Ni rastro tampoco de la gran pregunta: ¿quién es ese Rey/Deus-exmachina que nos va a venir a salvar de los depredadores?


Y llegó el final.


En ese final – esos últimos 2 minutos - la cosa se empezó a poner muy interesante: Cuando lo cuerpos empezaron a ser libres de una gestualidad impuesta de forma acrítica (como si ser intérprete consistiera en gesticular mucho, dentro y fuera del teatro); cuando el baile frenético sustituyó el ponte aquí, y el haz esto de una dirección sin un horizonte claro por parte de Ernesto Caballero; cuando Pepe Viyuela se olvidó de sí mismo y sus certezas gestuales, y se subió a una escalera, por encima del pueblo danzante, y dejó que su cuerpo hablara de verdad; cuando todos los cuerpos, incluido el de Orgón, Cleanto, Valerio o Elmira se volvieron intensos sin histeria, sin gritos, pero con fuerza e implicación; cuando dejó de haber individuos dando vueltas en busca de su marca y su frase, y empezó a aparecer un conjunto de intérpretes trabajando su corporalidad bajo la atenta mirada de un Tartufo dominador – ahora sí, por fin, Tartufo - ; cuando apareció la promesa de una poética real, y comenzó a surgir una verdad escénica; ... entonces, se acabó la obra.


"... cuando dejó de haber individuos dando vueltas en busca de su marca y su frase, y empezó a aparecer un conjunto de intérpretes trabajando su corporalidad... "

Qué lástima. Precisamente en el lugar y en el momento en el que debiera haber empezado.


PD: El cartel muestra un Pepe Viyuela caracterizado de una forma que luego en la obra no aparece por ningún lado. Lo digo porque hay algo en mí de ese teatro que se resiste a ser consejo publicitario. Tal vez sea ese teatro que grita desde dentro: no todo vale.





Esta obra sigue en escena. ¿Te gustaría verla?


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