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DÄMON. El funeral de Bergman.

Y de Artaud. Y de Stanislavski. Y de todo: El puritanismo en el teatro.


Teatros del Canal. Sala Roja.

Septiembre 2024.




"DAMON no comenzó con Bergman, sino con Liddell. Luego mucho Artaud. Y luego siguió con Liddell. Mucho Liddell."

Triste es el destino de la expresión artística que se sujeta a normas técnicas, pues ellas acabaran esclerotizando su aparición.

 

Y triste es el destino de la expresión artística que no se sujeta a normas técnicas, pues se perderá en la total y completa indefinición, y sus hijos se refugiarán en el mundillo del escándalo sin objetivo, y en el pequeño infierno de los fuegos artificiales tan enamorados de sí mismos que ni siquiera se dan cuenta de que se han apagado.

 

Y sin embargo en el primer caso será una muerte fecunda, pues hará evolucionar las formas bajo las que aparece, en este caso, el teatro.

 

En el segundo caso, después de la tormenta vendrá la calma. Y no habrá nada.

 

DÄMON no comenzó con Bergman, sino con Liddell. Luego mucho Artaud. Y luego siguió con Liddell. Mucho Liddell. Y al final un pelín de Bergman. Y mueren todos, perdón por el spoiler.

 

Una persona muy querida tiene puesto en la puerta de la nevera un papel escrito con el siguiente texto: “Soy una persona muy sensible, y te ruego que me hables con respeto y no me lleves la contraria de ninguna manera”. El texto apareció una vez esa persona se hizo mayor. Y es que cuando uno sabe que se hace mayor es cuando se da cuenta de que cada vez le molestan más las críticas.

 

Pues bien, esto que están leyendo ahora mismo no es una crítica. Ni siquiera una reseña. Es una forma de expresión que quiere contar algo del teatro. Y que para hacerlo toma como referencia sus apariciones fenoménicas (valga la rebuznancia).

 

Es, por lo tanto, y siguiendo el profundo sentimiento que transmite DAMON – en forma de palabras unas veces, en forma de aguas ano-vaginales otras – verdad en sí mismo y cualquier crítica de esta no-crítica será castigada con el desprecio y el deseo de que su autor padezca muchos males y penas.

 

Y esta es una de las enseñanzas-sentimiento que saqué de la obra de Liddell nada más empezar. La verdad de una obra es intocable, porque es sentida como tal por el artista. Y el que la ponga en duda es un hijodeputa que merece morir. Y un odiador. Por eso decido acogerme al nuevo sagrado y reclamar para este texto la bendición y la protección que allí se reclamó para la obra que se estaba poniendo en escena. Una vez puesto a salvo, vamos con la no-crítica.

 



"... Luego unos ejercicios olímpicos en manejo de silla por relevos. Y unos viejos que eran propiamente viejos y hacían de viejos."

¿Y qué es lo que se transmitió en DÄMON que tan verdad es? Pues los primeros 50 minutos de obra dieron cuenta de ello: Todo es una puta mierda, y vamos a morir todos, y además lo merecemos porque somos todos unos hijosdeputa hipócritas y nos engañamos constantemente y engañamos a los demás y, de nuevo, todo para envejecer, sufrir y finalmente morir para siempre jamás, dejando una peste que te cagas. Y lo único que realmente se salva es ser consciente de ello y gritarlo alto y claro. Y eso es verdad. Y el que lo dude es un hijodeputa hipócrita violador de niños. O aun peor, es un crítico de teatro que se ha metido con la obra de Liddell. 50 minutos. Luego unos ejercicios olímpicos en manejo de silla por relevos. Y unos viejos que eran propiamente viejos y hacían de viejos.


Podría argumentarse que lo que Liddell puso encima de la escena era un personaje. ¿Un personaje que se pone al servicio de su autora para desbaratar toda crítica? ¿Y que con el mismo tono, y la misma puesta en escena hace el resto de la obra? Un personaje no-personaje. Una confusión entre verdad de la vida y verdad de la escena. Una no-obra, entonces.


Vengo de una forma de hacer teatro que entiende este arte como interpretación. Es decir, como la presentación de alguna parte del conflicto que supone ser humano a través de una historia recreada por personajes. Y la forma de elaborar esos personajes en escena, y por lo tanto de dar vida al conflicto es técnica.

 

No es la única forma de entender el teatro. Es la mejor para mí, pero no necesariamente para otros. Y sin embargo, en cada realización de esa forma, la mía o cualquier otra, se juega la esencia del teatro. Qué sea teatro es algo que se cuenta cada vez que se crea, se ensaya y se representa una obra. Y se pone en cuestión también cada vez que esto ocurre.

 

"El indudable carácter transgresor de DAMON no garantiza su teatralidad. "

El indudable carácter transgresor de DÄMON no garantiza su teatralidad. Y eso que es una transgresión de manual. La cuarta pared se rompe de forma constante. Hay un tránsito permanente entre la autora/directora y el personaje que quiere aparecer en escena, rompiendo también el carácter de ficción. La obra acaba como mínimo tres veces. Y un largo etc. Es tan indudable su carácter transgresor y tan de manual, que acaba pareciendo un poco forzado. Demasiado de manual. El rociado ano-vaginal del principio, el insulto constante de la primera mitad, la desnudez plana e inexpresiva de toda la obra, todo ello es marcadamente provocador. Pero ¿teatro? Es decir, todo eso ¿para qué?

 

Para hacer teatro no basta con epatar al burgués. Incluso aunque sea tan estúpido como para dejarse rociar con aguas sucias y no solo no irse, sino encima aplaudir y considerar que eso eso es una genialidad.

 

El pontífice era un pontífice solo porque llevaba disfraz de pontífice. Era, propiamente, disfraz. No vestuario. No había construcción física alguna. Los viejos eran viejos, y tres cuartos de lo mismo. Y la acción se sustituía por órdenes de la directora en vivo y en directo. Inluso uno de los momentos más criticados, la supuesta masturbación del pontífice, fue un mero agarrado de pene de lo más aséptico. Escandalizaba poco o nada. No había ningún cuidado en su realización y parecía que le daba más asco que otra cosa.  Pero un asco tapado, no construido, no interpretado en el lado de la luz, como ella le llama. Más pena interpretativa que asco en el lado de la oscuridad, en resumen.

 




"El actor debe morir. No cabe duda. Pero hay una forma de morir fecunda, en la cual el actor muere para dejar vivir al personaje. Y hay una forma de morir en la cual la frustración de tener que dejar paso a otra cosa lo mata todo."

Lo verdaderamente importante para mi forma de ver el teatro estaba presente de manera descuidada y muy de pasada. Y lo que es más accesorio para mí, los fuegos artificiales, la provocación ramplona del pedo caca culo pis, esa parte se comió toda la obra.

 

Liddell dejó claro qué le importa de verdad: provocar al precio que sea. Incluso al precio de matar la obra. O quizá es exactamente eso lo que se buscaba. Solo para constatar que después de un asesinato el muerto está muerto. Y en teatro, por su propia esencia efímera, desaparece todo. Incluido el cadáver. Aprovechar el teatro para matar al teatro a ver qué queda después es efectista, pero luego no queda nada. ¿Nos regodeamos en la nada? Venga. Y luego, ¿qué?

 

El actor debe morir. No cabe duda. Pero hay una forma de morir fecunda, en la cual el actor muere para dejar vivir al personaje. Y hay una forma de morir en la cual la frustración de tener que dejar paso a otra cosa lo mata todo. A mi me gusta más la primera. A Liddell, por lo visto en DÄMON, podría parecer que la segunda. No estamos de acuerdo. Acordemos no estar de acuerdo.

 

Hay una forma de puritanismo que consiste en tener razón, imponer esa razón como verdad a través del arte, y aniquilar cualquier otra forma de expresión que señale sus fisuras en función de esa verdad. Que es única. Y que no admite contradicción. Como todo es devenir, y cualquier foto fija contradice el devenir, cualquier intento de fijar la verdad es mentira, podredumbre, vejez, suciedad y muerte. Y como eso no es todo lo que hay, pero yo he establecido como verdad que sí es todo lo que hay, entonces caca culo pedo pis e hijodeputa quien diga que no es así, y a la hoguera con él. DAMON es una obra esencialmente puritana.

 

Pero, esto anterior, todo ello, es ya relato. Y es expresión. Y por definición no puede ser verdad más allá del gesto de su señalamiento consciente. Y de repente se iguala con otros relatos, con otras expresiones. Y es tan verdad como ellas. Conviven dando cuenta de ese elefante gigantesco que es el mundo como expresión. El problema y el puritanismo llegan cuando una de las expresiones se reclama como verdadera contra el resto y solicita su muerte. Ahí hemos tocado fondo. Espero que la experiencia de ese fondo haya dado algo a Liddell más allá de la certeza de que tiene razón, su discurso es verdad y el que no esté de acuerdo debe morir. Esa sería la segunda parte de DAMON. Espero verla pronto, porque tanto talento como el que Liddell carga debería ser fecundo para poder librarse de él. Si no lo es, acabará aplastándole.

  




"Esa sería la segunda parte de DAMON. Espero verla pronto, porque tanto talento como el que Liddell carga debería ser fecundo. Si no lo es, acabará aplastándole."


 

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