Teatro Español. Sala Margarita Xirgú.
Enero - Marzo 2023.
"Yo, parafraseando al trapajoso ateniense, buscaba a Ibsen. Y fui a ver “Espectros” para encontrarlo, por si aparecía en medio de aquel baile traslúcido de personajes."
La cuestión es si un espectro tan sutil, tan transparente que no se ve, es un espectro o no. Yo, parafraseando al trapajoso ateniense, buscaba a Ibsen. Y fui a ver “Espectros” para encontrarlo, por si aparecía en medio de aquel baile traslúcido de personajes.
No niego mis prejuicios, porque sería como negar mis piernas que me llevan por donde quieren, y reconozco que yo ya iba pendiente de encontrarme alguna que otra propuesta. Lo importante es que tampoco iba dispuesto a aceptar sólo aquello que saciara mi necesidad de confirmar lo que sé, ese dulce manjar tan adictivo como destructivo, esa ilusión de salud mental que socava el pensamiento y el cuerpo. Iba firmemente abierto.
Pero hay algo en Ibsen que, prejuicios sí o no, debe estar: La Sospecha. Ibsen forma parte de ese privilegiado elenco de personas que ayudaron a romper las formas y relatos del dos más dos cuatro puritano, heredero de la modernidad. Avisaba con cada diálogo (como otros lo hicieron con aforismos, o con estudios seudocientíficos) de que la realidad que nos penetra es algo más que la puntita-nada-más de lo obvio.
"Y entonces entendí: la dirección había decidido que, como Ibsen no iba a aparecer en escena a través de las interpretaciones, al menos que estuviera en el vestuario."
Comenzó la obra con un fuera de obra que ya es un recurso clásico en el teatro español de nuestros tiempos. Mientras la gente entra, mira el móvil, habla, mira el móvil, saluda, mira el móvil y finalmente mira el móvil y supera el dolor intenso que anticipa la hora de apagar el móvil y su paliativo de ponerlo en modo avión, alguien anticipa algo de algún personaje de la obra que sale a escena y hace cosas. Ni fu ni fa. Si tuviera algún sentido, sería el de ir poco a poco creando un entorno para que se fundan patio de butacas y escenario y se funde una relación efímera pero apasionada. Pero no. El móvil. Y no ayudó el hecho de que lo que ocurría no era ni especialmente interesante ni fundante.
Recomenzó la obra con un segundo fuera de obra en el que Javier Albalá-Manders sale y avisa de que hay que apagar el móvil. Pánico en la sala. Lo hace con su personaje, y lo agradezco creyéndomelo.
Requetecomenzó la obra con Carla Díaz-Regina que ya llevaba un ratejo por ahí. Y yo buscando a Ibsen. Pero no aparecía.
El vestuario tenía transparencias. Se componía de piezas de ropa hechas de algún tipo de gasa que dejaba ver lo que había debajo, que lejos de ser carne – lo que hubiera sido una agradable sorpresa como punto de ruptura hacia otra cosa – era más ropa, esta vez convencional. Y entonces entendí: la dirección había decidido que, como Ibsen no iba a aparecer en escena a través de las interpretaciones, al menos que estuviera en el vestuario. Porque de eso se trata: de que la realidad mostrenca que aparece ante nosotros sea forzada a mostrar lo que opera debajo. Los personajes, unilaterales hasta el final, cada vez iban mostrando menos y aún más menos (más obra, menos teatro). Su arco era casi inexistente. Y acabaron casi donde habían empezado. Era como si el hecho de colocar algo que señale a Ibsen en la ropa nos eximiera de ponerlo en la interpretación.
"Sus personajes son una galería de opacidades que gracias a su palabra van transparentando un conflicto interno tan intenso que desgarra a quien lo hace y a quien lo contempla. Hasta tal punto que ese conflicto interno desborda el cuerpo e invade la escena de incomodidades."
La contradicción en Ibsen es esencial. Sus personajes son una galería de opacidades que gracias a su palabra van transparentando un conflicto interno tan intenso que desgarra a quien lo hace y a quien lo contempla. Hasta tal punto que ese conflicto interno desborda el cuerpo e invade la escena de incomodidades. (Cuando digo desgarro, no quiero decir gritar mucho durante mucho rato).
Por eso no sirve dejarlo únicamente en el vestuario. Como si una vez que lo hemos simbolizado en esa parte de la obra, los intérpretes ya pueden relajarse y hacer lo de siempre: hablar y gesticular, como si actuar consistiera en tener una intensidad adecuada para que unos ademanes musicalizados por la declamación fueran la piedra filosofal que transforma todo sentimiento y deseo en teatro. Pues no.
"Así que me dediqué a ver la obra que había detrás de la obra ..."
Así que me dediqué a ver la obra que había detrás de la obra:
En el patio de butacas, el señor que se dormía dos filas más abajo a la izquierda; Las técnicos de luces y sonido que no pararon de hablar en ningún momento de la obra, y con sus bisbiseo armonizaban con los sonidos del escenario; unos colegas - probablemente actores y actrices - de Andrés Picazo-Osvald que fueron a verle y consideraron que era mucho más importante hacer unos comentarios en tiempo real durante toda la obra, porque eso la embellecía, que hacer que el silencio convocara algún espectro; dos amigos que se encontraron en el teatro y anticiparon los vinillos de después ... La obra fuera de la obra cobró más forma de lo que se quería con el fuera de obra original.
Mientras, abajo, el intérprete del cura luchaba con su pelo (el del intérprete, no el del cura) para que estuviera bien colocado; Regina luchaba con su acento seudo andalusí, (que supongo que quería decir que si seseas eres del pueblo llano) para que no hiciera como el Guadiana; Helena Alving luchaba con un rictus resistente que se negaba a expresar algo por rigidez. Era otra obra.
Interesante, desde luego, pero no “Espectros”.
Al final de la obra supongo que colgarían a Ibsen de los percheros, y hasta la siguiente función.
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