Sala Umbral de Primavera. Calle de la Primavera ,11. Madrid.
Marzo 2023.
"El Teatro, ese espejo brillante en las manos generosas de Paloma Rodríguez, Carlos Bolívar y Sofía Buzalí, ahora en la sala Umbral de Primavera, ofrece una tercera vía: la re-presentación."
La locura es dos cosas: una maldición amenazante que conjuramos a base de traerla al orden de lo conceptual, o un monstruo sin fondos y sin nombres y sin tiempo ni espacio ni ley, que a su vez nos exige que elaboremos fondos, nombres, espacios tiempos y leyes para devorarlos e intentar saciar lo insaciable, porque nunca son suficientes. La locura es defecto, o es exceso.
Quien llega tarde a la primera, es decir, a la conjura por defecto, se hunde en la segunda, es decir en una búsqueda sin esperanza de recompensa por exceso. Y el espejo de la conciencia devuelve un Sísifo.
El Teatro, ese espejo brillante en las manos generosas de Paloma Rodríguez, Carlos Bolívar y Sofía Buzalí, ahora en la sala Umbral de Primavera, ofrece una tercera vía: la re-presentación: presentarla de nuevo ante nuestra mirada para alimentar la conciencia usando el arte.
Paloma y Carlos, utilizando el texto de Sofía Buzali como impulso, se echan a caminar por ese filo peligroso que es el montaje de Mi Nombre es Lucía Joyce para asumir con valentía el reto de fijar nombres y espacios a la locura sin caer en la trampa vulgar y ramplona de conceptualizarla o terapizarla, pero sin caer tampoco en el abismo del hambre eterna de sentido.
"Y es la maldición que Paloma se niega a aceptar como inevitable. Y esa negación fértil da como fruto una metamorfosis generosa, la que transita un intérprete desde sí mismo hacia el personaje. El túnel temible hacia Lucía Joyce."
El concepto aleja. Esta es la maldición del ser humano. Y es la maldición que Paloma se niega a aceptar como inevitable. Y esa negación fértil da como fruto una metamorfosis generosa, la que transita un intérprete desde sí mismo hacia el personaje. El túnel temible hacia Lucía Joyce.
Un camino siempre difícil, pero mucho más aún cuando lo que espera cobrar forma es una triple maldita: una hija y hermana repudiada, una mujer subyugada bajo el poder de la reclusión siquiátrica, una artista reprimida. La demoníaca trinidad: tres maldiciones distintas en una sola mujer; maldita, precisamente, por ser mujer dado que tal vez si hubiera sido hombre ninguna de las tres condenas hubiera podido ejecutarse.
Hace falta coraje interpretativo, y sobre todo tener clara una cosa: el arte acerca. Y en Mi nombre es Lucía Joyce queda claro que tanto Paloma Rodríguez como Carlos Bolívar lo saben. El arte acerca sin desactivar el misterio; crea una locura que podemos contemplar sin quemarnos los ojos, pero dejando la cicatriz necesaria en la conciencia. El arte de Sofía Buzali proporciona un suelo fértil. El arte de Carlos Bolívar genera visión y orden fertilizando ese suelo. Por fin, el arte de Paloma Rodríguez no descarta la locura de Lucía como un simple concepto siquiátrico. Hace algo mejor: siembra y hace crecer un personaje. Y ese personaje habla desde esa locura, preservada para nosotros en la cercanía imposible de la escena.
"Lucía es Lucía a pesar de su biografía y gracias al soporte artístico y técnico que le presta Paloma Rodríguez, la visón que le presta Carlos Bolívar y las palabras que le presta Sofía Buzali. Para que pueda vivir de nuevo, y su tragedia, la de ser mujer, no quede en el olvido."
Sobre la banda sonora de unos caramelos que susurran, se produce una simbiosis hermosa, la de la sorprendente intuición estética de Paloma Rodríguez con la limpieza técnica de ambos, intérprete y director, que trasvasan de la narrativa a la escena un texto de Sofía Buzali para que Lucía Joyce pueda aparecer. Para que pueda descomponerse el pelo y estar presentable para un Sam Becket, padre de Godot, que, como su hijo, nunca va a llegar. Para que el amor pueda ser reescrito en su reclusión y leído desde una fuente. Para que el deseo y la danza sean memoria, dolorosa a veces, esperanzada otras.
Hay algo restaurador en la propuesta de Sofía, Carlos y Paloma. Traer al orden del arte la locura de Lucía es darle una oportunidad a la técnica de que la señorita Joyce puede volver a bailar. Y así, colocar su maldición en el lugar en el que la locura y el orden se encuentran: en el escenario.
El nombre de Lucía Joyce preside la obra, porque en cada acción brillante que aparece, el personaje se agarra como puede a ese nombre para no sucumbir a la tragedia de ser Lucía Joyce. Lucía es Lucía a pesar de su biografía y gracias al soporte artístico y técnico que le presta Paloma Rodríguez, la visión que le presta Carlos Bolívar y las palabras que le presta Sofía Buzali. Para que pueda vivir de nuevo, y su tragedia, la de ser mujer, no quede en el olvido.
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