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Viejo Amigo Cicerón | El Velo De La Palabra

Teatro La Latina

Febrero 2021



Cada representación teatral a la que acudo me hace preguntarme qué es teatro. Hace tiempo que elegí el tipo de respuesta que más me gustaba. Fué cuando descubrí que había formas de concebir la interpretación de forma técnica, y por ende repetible. Inevitablemente cada vez que veo una propuesta teatral me pregunto qué tiene que ver con aquello en lo que creo, y si el hecho de que no se parezca lo hace menos teatro.


La respuesta es, por supuesto, que no. Ni deja de ser teatro, ni lo es en menor medida. Pero sí señala hacia una conciencia del teatro algo más alejada de parámetros técnicos, y por lo tanto artísticos, de lo que yo querría para el teatro español.


Aún más, ¿cómo abordar la reseña crítica de una obra dirigida por Mario Gas e interpretada por Josep María Pou? La propia obra me lo indica: escojo la vía ciceroniana, y por respeto a lo que considero la verdad, y aún así intimidado por una carrera espectacular de Pou y Gas, y unos logros que me asombran por lo abundante y respetado, me pongo a ello.


En primer lugar agradezco lo que la puesta en escena me enseña. Y también agradezco en su nombre lo que la gente joven con la que fuí aprendió de ese monstruo de la política y la prosa que era Cicerón, y de su época. Sólo por eso ya mereció la pena ir. Si además esa información se ligó sutilmente aquí y allá a nuestra era, entonces es aún mayor mi agradecimiento y el de mis acompañantes.



Pero el teatro no es pedagogía. ¿Qué decir, entonces, de la obra como teatro? Creo que la entrada ya anuncia lo que viene después: una labor algo anticipada y ansiosa en lo gestual nos precipita en la palabra. Y a partir de ahí asisto a 70 minutos de primacía de lo verbal. Cicerón está en la palabra y ahí se queda. No está mal, teniendo en cuenta que Cicerón fue un orador prodigioso. Pero, como decíamos, esto es teatro, y es una lástima que se quede en eso, porque el planteamiento es interesante: unos estudiantes reciben una visita en la biblioteca en la que preparan un trabajo. Es un señor que dice ser el mismísimo protagonista de ese trabajo: Cicerón. Dada la aberración espacio-temporal que esto supone, el conflicto está servido. A partir de ahí la obra se debiera convertir en un intento de los chicos por deshacerse del loco impostor, y en una lucha por parte de éste para seducir a los chicos con su conocimiento y su retórica, hasta lograr convencerlos de que sí es el mismísimo Cicerón encarnado. Y de cómo lo hacen cada uno de ellos para lograrlo. El texto de Ernesto Caballero debería haber ayudado, porque es dramático y bien escrito, y ha sabido hacer un Cicerón humano y actual.


Los rostros de mis héroes, históricos o de ficción, se difuminan en mis lecturas, hasta que alguien con suficiente presencia los encarna. Y entonces no se borran. Tengo que agradecerle a Pou que pusiera cara a Cicerón.


Pero, Oh témpora, oh mores, los cuerpos rara vez se pusieron en juego. La palabra aplastó sistemáticamente todo intento de construcción de un personaje en el cuerpo de los intérpretes. Cuando eso le pasa a Pou, sus recursos naturalizantes, su intensidad y su presencia hacen que consiga mantener a flote un Cicerón orgánico. Los rostros de mis héroes, históricos o de ficción, se difuminan en mis lecturas, hasta que alguien con suficiente presencia los encarna. Y entonces no se borran. Tengo que agradecerle a Pou que pusiera cara a Cicerón. Pero sus jóvenes acompañantes no tienen esa presencia o esas tablas, y fueron poco creíbles en demasiadas ocasiones. La muerte de Tulia (a manos de María Cirici) parecía hecha para la radio, y tanto la gestualidad como la voz de Alejandro Bordanove se caían una y otra vez para recordarnos que no son lo que quieren ser, porque querían decirse como personajes, pero no intentaron hacerse.



Eché de menos un arco claro en el conflicto, creciente, que tal vez hubiera tenido un climax diferente si Cicerón hubiera compartido su sueño cargado de ectoplasmas con sus jóvenes acompañantes. Pero dirigir desde la barrera siempre es más fácil, y en todo caso tengo que agradecer que mi Viejo Amigo Cicerón me haya dado para pensar y cuestionarme tantas cosas. Aunque siga soñando con una renovación exigente desde el punto de vista técnico del teatro español.


El público, ese ser cambiante e imprevisible, parece tener comportamientos diferentes según a qué obra vaya. Esta vez estuvo muy bien. Atento y receptivo, hubo reacciones poco ansiosas, comentarios discretos y poco abundantes, y supo premiar con un aplauso decidido pero contenido una función que merecía precisamente eso. Esta vez me sentí orgulloso de ser público.






¡Esta obra termina este domingo 14 de marzo!

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Ernesto Caballero en El País: https://elpais.com/noticias/ernesto-caballero/


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