La música callada La soledad sonora”
Cántico espiritual. San Juan de la Cruz.
Invocación
Ritmos del silencio, oid Cómo se callan El agua, la sierpe, la vid Y luego estallan en aires que dicen: Venid.
Escucha al mar … si sientes tentaciones De reclamarlo en propiedad, de atarlo Con palabras y números, con piedras Como los duros nombres, esas cárceles.
Si estás celosa de su libertad, O temerosa de su ligereza; Si un brote rígido de solidez Te susurra al oído: “es tuyo, es tuyo”
Si cedes, y lo abocas a una celda De vocablos, a un ataúd de pétreos Cristales, a un escaparate inerte; El mar se quedará contigo, sí.
Y estará siempre disponible y dócil Para tus labios: lo podrás nombrar. Pero será tan solo un espejismo. No será él, sino escultura rígida.
Y deberá callar para que tú hables. Lo podrás mencionar y decir “mío”, “Mi mar, mis olas, mis corrientes, ¡¡mío!!”, pero lo enmudecerán tus palabras.
¿Respirarás tranquila si lo haces? Demasiado tranquila, mira bien: Serás la dueña triste y solitaria De un corazón mudo, de un muerto hermoso.
Siente … y escucha el relato del mar acaricia su piel arcaica, suéñalo; deja que te susurre, que te hable. Entiende que no hay nada que entender.
El mar es un inmenso corazón. Su latido es el latido del mundo. Es el mismo que se palpa en mi pecho cuando lo sientes con tus dedos sabios.
El que bajo tus pechos martillea, pues ellos son seguramente olas que repiten el flameo marino, danza infinita de placer undoso.
Si tienes dudas y el mundo se llena de palabras que tejen una red inexpugnable, asfixiante, sombría, volvamos juntos al mar, de la mano.
Dejaremos sonar su son acuoso Y la playa será nuestro auditorio. Tomémonos, oigamos los latidos En nuestra piel, en todos sus rincones.
Callen las palabras, suene el agua:
Ay, qué dulce era el mar Más, porque no me miraste a los ojos Fui a la orilla a llorar Hoy sólo soy despojos Pues salé el mar, y fue por dos antojos
Por dos antojos Yo salé el mar Por esos ojos
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