La democracia está en crisis.
Esta última frase puede ser de las más repetidas en los últimos 2.500 años en occidente, en aquellos escasos periodos de tiempo en los que la democracia era un valor político preciado.
Y sin embargo es cierta.
Es posible que en la esencia de la democracia esté la crisis. Eso sería bueno en la medida en que la que esa crisis permanente pudiera provocar una (r)evolución permanente. No es el caso.
La aparición de los últimos personajes señeros en la política occidental es un clamor que nos empeñamos en obviar bajo el cliché de siempre: “son excepciones. Confirman la bondad del sistema. La democracia es defectuosa, pero no hay nada mejor”. Pero Trump, Putin, Sánchez, Ayuso, Iglesias, Maduro, y una lamentablemente larga lista confirma que no son excepciones.
Podemos pensar que las ventajas exceden los incovenientes. Que es mejor que el pueblo vote aunque sea así: polarizado; fanatizado; sin leer programas o hacerse preguntas incómodas; asumiendo que las promesas electorales no están para cumplirse porque nada lo garantiza; aceptando el gasto descomunal en publicidad electoral que nadie lee; siendo cómplices de la colocación de personas manifiestamente incapaces de hacer un trabajo serio por el bien común; admitiendo que es mejor votar a un sinvergüenza porque el del otro bando es aún peor; aceptando como democracia un voto esporádico que no tiene más poder que decidir quien tiene acceso a los presupuestos públicos, sin garantías, sin responsabilidades, sin objetivos más allá de mantener el statu quo.
¿Qué ventaja podría ser mayor que estos inconvenientes?
El 15 de mayo de 2011 el pueblo español, para ejemplo del resto del mundo, dijo que estaba harto de esas supuestas “excepciones” que eran regla por lo abundante y lo recurrente de su acontecer. Y demostró que se podía poner en pie y exigir cambio y (r)evolución.
La respuesta fue un peregrinaje de políticos y sindicalistas subvencionados paseándose por Sol para intentar hacer caja de votos entre tod@s aquell@s ciudadan@s indignad@s. Es decir, más de lo mismo. 10 años más tarde el movimiento ha sido domado y enterrado por parte del aparato estatal.
"Mañana, en Madrid, podemos empezar por votar nulo."
Cada elección es un buen momento para empezar de nuevo la (r)evolución. La insumisión pacífica, el mejor arma. Mañana, en Madrid, podemos empezar por votar nulo. Un voto nulo no es equivalente a desentederse de la política. Al contrario, cuenta como voto emitido, pero al no ser válido, no contribuye a la aberración que supone poner en el 5% el límite por debajo del cual un partido se queda sin representación. Es decir, dejar a más de 230.000 personas por cada partido que se acerque al 5% - pero quede por debajo - sin representación.
Un voto nulo masivo enviaría un mensaje claro y contundente a las personas que se pasan la vida prometiendo reformas cuando aspiran al poder, y no haciéndolas cuando lo obtienen. Y además pondría a la democracia caduca frente a frente con su contradicción máxima: ¿qué se hace cuando el pueblo dice “basta”?