El cuerpo en blanco.
Teatro Español.
Madrid.
"Representar Edipo Rey es una empresa heroica ... Uno no se enfrenta a Edipo, sino a todo su enigma completo."
Representar Edipo Rey es una empresa heroica. No por parte del personaje Edipo, que tiene mucho más de antihéroe. Pero sí por parte del director o del intérprete, a quienes les hace falta algo de la inconsciencia del héroe trágico para acometerla. Algo también de su valor excesivo, antiaristotélico, alejado de toda mesura. Porque esta obra está llena de referencias y contrarreferencias, de marcas que la historia del pensamiento ha grabado en sus márgenes. Uno no se enfrenta a Edipo, sino a todo su enigma completo. Un enigma más poderoso que los planteados por la esfinge, porque los incluye y los aumenta.
Todo sería más fácil si no hubiera una respuesta. O si la respuesta existiera y obtenerla fuera una cuestión de esfuerzo y buen hacer. Como si averiguar la verdad fuera un procedimiento académico, alejado del cuerpo. No es así. Hay respuesta, pero ni es como la imagina el que va a responder, ni obtenerla es fácil.
Edipo se debe inscribir en el cuerpo del intérprete por doble partida. Por un lado porque, desde el punto de vista técnico, teatro es inscripción en el cuerpo del intérprete. Por otro lado, desde el propio personaje, porque Edipo mismo va grabando las señales de su búsqueda en su cuerpo. Como hacemos todos, incluidos lo que inscriben su renuncia a la búsqueda como forma de búsqueda. El conocimiento y el acceso a la verdad ocurren a cambio de la conciencia de cuál es nuestro destino. Si quieres saber, tendrás que saberlo todo, lo bueno y lo malo. Y eso deja marca física.
"Hay respuesta, pero ni es como la imagina el que va a responder, ni obtenerla es fácil."
En la producción de Luis Luque no ocurre esto. La postura ultrahierática de los intérpretes es, algunas veces, tan solo un recurso para no actuar; otras una aceptación acrítica del hermetismo que los románticos asignaron a la civilización griega.
"En esta producción Edipo se enfrenta a las preguntas de la esfinge y ya sabe la respuesta."
En esta producción Edipo se enfrenta a las preguntas de la esfinge y ya sabe la respuesta. Es una pena, porque La Esfinge de Luque inició un trabajo interesante, y por fin veo un semidesnudo justificado en el teatro. Hubo un inicio de transformación y prometía mucho. Si Edipo hubiera tenido problemas para contestar; si hubiera acertado por casualidad; si hubiera habido un verdadero conflicto que propiciara la primera respuesta y las siguientes; si la repetición hubiera significado un desplazamiento hacia su perdición ... quizá la esfinge hubiera sido más esfinge y el trabajo iniciado por la intérprete hubiera crecido. Y Edipo con ella. Pero no ocurrió. Edipo ya sabía la respuesta. Desde antes. Desde siempre. Fuera de obra, el papel lo mereces si tienes el cuerpo hipertrofiado en el gimnasio, lo que te iguala a los otros cuerpos. Dentro de la obra, el personaje sale si sabes declamar fuerte y rápido, lo que te iguala a los otros personajes. Poco Edipo hay ahí, porque Edipo es, precisamente, dolorosa diferenciación.
En la obra del Teatro Español aprendí que Yocasta nunca amó a Edipo. O esta Yocasta, al menos, no lo hizo. El problema surge luego, cuando descubre que es su madre. Porque si nunca le amó, el incesto es menos. De nuevo el hieratismo griego del XIX al rescate del pecado sacrílego. Si Yocasta le hubiera amado, como salvador de su ciudad, como madre de sus hijos, como amante en su cama, entonces el descubrimiento de la verdad hubiera sido terrible. Pero como salió a escena guardando una distancia de manual, casta, desapegada, tanto espacial como personalmente, y como no hizo nada para que su conducta fuera la de una reina enamorada, entonces más que un incesto tuvimos un incestito.
"En la obra del Teatro Español aprendí que Yocasta nunca amó a Edipo ... Edipo es muchas cosas. Entre las más dramáticas está ese cuerpo en el cual se inscribe el precio de la verdad. "
Por supuesto que no quiero que ningún intérprete se arranque los ojos en vivo y directo. Eso sería más propio de la TV y sus realidades epatantes para petitebourgeoisie. Pero no hay nada de la ceguera culpable en colocarse un trapo rojo en los ojos sin esfuerzo alguno. Es una metáfora inocua, por muy ocurrente que sea hacer aparecer a su doble para hacerlo. Ese Edipo no estaba ciego, y si Edipo no se arranca los ojos, con dolor, como señal recurrente de lo que está destinado a los que saben la verdad, como Tiresias; si no hay desgarro debido a que la verdad siempre es excesiva, entonces el antihéroe se difumina, la tarea antiheroica del autoconocimiento se rebaja, y se queda en una opción estéticamente aparente. Pero Edipo no es estéticamente aparente. Las líneas curvas bien trazadas no le convienen, ni la iluminación perfecta, ni los cuerpos prisioneros de la hipertrofia, ni el falso desplazamiento del sentido – que es falso porque no desplaza, sino que anula – mediante escaleras mágicas.
Edipo es muchas cosas. Entre las más dramáticas está ese cuerpo en el cual se inscribe el precio de la verdad. Cada pregunta y su respuesta deben aparecer en su cuerpo. Esas marcas jalonan la cadencia de la obra, hasta la ceguera final. Sin marcas, no hay Edipo. Y esto no puede sustituirse por cinco minutos finales de exceso expresivo a gritos, por patéticos y sufridos que parezcan. La escenografía, eso sí, preciosa.
Esta obra se representó en el Teatro Español entre septiembre y octubre de 2021.
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