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Sala Fernando Arrabal. Naves del Español en Matadero.

Marzo-abril 2023.

"Uz, historia de un pueblo es – con su propuesta actual en Matadero - otro homenaje a esa forma de hacer reír a la gente que consiste en buscar una mixtura imposible entre el payaso de la clase de nuestra juventud y un personaje de comedia."


Lina Morgan ha muerto. Cada intento de repetirla la entierra un poco más. Y entierra otro poco más al teatro español.


Uz, historia de un pueblo es – con su propuesta actual en Matadero - otro homenaje a esa forma de hacer reir a la gente que consiste en buscar una mixtura imposible entre el payaso de la clase y un personaje de comedia. Y de ahí Lina Morgan. Hubo más cómicos, por supuesto. Pero tal vez ella fuera la última de una tradición que se enfrentaba a la escena de un teatro armada tan sólo con su gracia y su deseo de estar en el escenario haciendo reir.


Su falta de respeto por la evolución de la interpretación, especialmente a partir del siglo XIX en Europa, no era, paradójicamente, irrespetuosa. Era una reivindicación póstuma de una forma de hacer comedia que consiste en dedicar todo el esfuerzo y la energía a hacer gracia. Por encima de guiones y de teorías de la construcción del personaje, por encima del espacio y del tiempo, de la organicidad o de la verdad escénica. Lo que importaba era hacer gracia, y Lina Morgan era una maestra en eso. Tanto que ella era siempre su propio personaje. No había teatro porque no había interpretación. Había vivencia de ese payaso que ella llevaba dentro con tanta gracia y con tanta dignidad. La Tonta del Bote inundó su carrera de tal forma que la magia de la risa la transformó para siempre, igual que hizo el hada con Pinocho.

"Fui a Uz con la expectativa de quien ha tenido la suerte de conocer algunas puestas en escena de obras de Gabriel Calderón. Un escritor dramático brillante con la palabra y arriesgado con la técnica."


Pero Lina Morgan ha muerto. Y cualquier intento de resucitarla haciendo ese teatro del chistako y la gracieta socarrona a golpe de chascarrillo la entierra un poco más. Porque es irrepetible. Y sobre todo aleja la posibilidad de un teatro español diferente. Más técnico. Menos individualista. Más preocupado por un proceso sólido que sea fundante, que por unos resultados inmediatos. Más centrado en construir, que en el rédito urgente y fulgurante. Intentar resucitar en una tarde lo que Lina Morgan construyó en toda una vida (con toda una Historia detrás) es un error.


Fui a Uz con la expectativa de quien ha tenido la suerte de conocer algunas puestas en escena de obras de Gabriel Calderón. Un escritor dramático brillante con la palabra y arriesgado con la técnica. Imposible no ir ilusionado.

"Porque creo que la dirección escéncia consiste en estar más preocupado por el sentido de la obra que por hacer un listado en vivo y en directo de situaciones desternillantes."


Pero nada más llegar me di cuenta de que algo no iba bien. Nuría Mencía/Grace, presa del nombre del personaje más que de su sentido, solo quería ser graciosa. Si la dirección de Natalia Menéndez tuvo algo que ver con eso, es corresponsable. Si no tuvo nada que ver con eso, es aún más corresponsable por omisión.


Pepe Viyuela/Jack, el más Linamorguiano de todos, tuvo sus momentos. Pero la aceleración centripetó todo intento de que su personaje adquiriera alguna dimensión más allá de lo obvio. Aún espero ver a Pepe Viyuela construyendo con calma, sin acelerarse, sin buscar naturalidades de cartón en su gestualidad. Sé que ocurrirá. Pero no esta vez.


No entendí la elección de Julio Bohigas-Couto/Tomás ni de las hermanas Fiona y Leona/Ruth Nuñez y Trinidad Iglesias. En el caso del chico, además de haber una contradicción obvia entre lo que se supone que era y lo que allí aparecía, proviene – también él – de la escuela de “Actuar es gesticular mucho y hablar con mucha naturalidad”. Y si ya me costaba creerme a Grace, con Tomás fue tarea imposible. En cuanto a las hermanas, estoy seguro de que toda la sensualidad que somos capaces de crear consiste en algo más que en frotarnos el pubis contra la esquina de una mesa. Faltaba algo de trabajo y algo de reto frente a lo obvio. Y tal vez algo de guía. Porque creo que la dirección escéncia consiste en estar más preocupado por el sentido de la obra que por hacer un listado en vivo y en directo de situaciones desternillantes.


Al menos el papel de Veki Velilla/Dorotea fue interesante. Pausado, y centrado en el trabajo físico de construcción. Es cierto que no tenía texto y que su objetivo permaneció innecesarimente oculto. Pero sí hubo algo de subtexto, y si bien su arco no era inmenso, al menos fue sólida. Lo mismo me sucedió con Ángela Chica/Catherine. Hizo un trabajo que estructuró las escenas en las que salía, y de alguna forma puso algo de sentido en lo que ocurría a su alrededor, más allá del lucimiento personal y de una tan imperiosa necesidad de ser diviertidísimo que anulaba al resto. Ambas fueron generosas, y eso en medio del maremagnum circundante, infundía esperanza.

"Me quedé con ganas de saber cuales eran las posibilidades reales del texto. O qué hubiera pasado si, en vez de centrarse en hacer muchísima gracia, hubieran intentado encontrar esa contradicción que hace que quien ama tantísimo a otro, sea capaz de dejar de ser lo que es por ese amor"


Me quedé con ganas de saber cuáles eran las posibilidades reales del texto. O qué hubiera pasado si, en vez de centrarse en hacer muchísima gracia, hubieran intentado encontrar esa contradicción que hace que quien ama tantísimo a otro, sea capaz de dejar de ser lo que es por ese amor; o que esa tensión entre la obediencia ciega a Dios y el amor por los hijos hubiera desgarrado a Grace. O que esa sordidez en la que nadan los pueblos pequeños a veces hubiera aparecido con forma de normalidad para luego ir deformándose. Y que hubiera sido el motor de toda la secuencia de desastres que se iban enlazando. Que Ananké hubiera aparecido como aliento vital de la obra. Que ese último golpe de gracia hubiera sido el resultado necesario de todo lo anterior. Estoy seguro de que me hubiera reído más, y con más fundamento. La gracia como consecuencia de un trabajo sólido de construcción escénica es mucho más resultona que la gracia buscada como fin en sí misma.


Lina Morgan ha muerto. Deberíamos ser capaces de hacer el luto, guardar su memoria en nuestro corazón, y seguir adelante buscando nuestro propio camino. Y no intentar imitarla, porque jamás seremos ella, y buscar repetirla solo mancha su recuerdo. Ella se lo merece. El teatro español se lo merece.





 

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Échale un vistazo a nuestras publicaciones anteriores:


Mi nombre es Lucía Joyce.

De Sofía Buzali

Sala Umbral de Primavera


La Batalla de los Ausentes

Dirección de Paco de la Zaranda

Teatro Español


Los Nadadores Diurnos

De José Manuel Mora

Teatro Español en las Naves del Matadero




 

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Página Web de la sala:


Entradas:

Teatro Español. Sala Margarita Xirgú.

Enero - Marzo 2023.


"Yo, parafraseando al trapajoso ateniense, buscaba a Ibsen. Y fui a ver “Espectros” para encontrarlo, por si aparecía en medio de aquel baile traslúcido de personajes."


La cuestión es si un espectro tan sutil, tan transparente que no se ve, es un espectro o no. Yo, parafraseando al trapajoso ateniense, buscaba a Ibsen. Y fui a ver “Espectros” para encontrarlo, por si aparecía en medio de aquel baile traslúcido de personajes.


No niego mis prejuicios, porque sería como negar mis piernas que me llevan por donde quieren, y reconozco que yo ya iba pendiente de encontrarme alguna que otra propuesta. Lo importante es que tampoco iba dispuesto a aceptar sólo aquello que saciara mi necesidad de confirmar lo que sé, ese dulce manjar tan adictivo como destructivo, esa ilusión de salud mental que socava el pensamiento y el cuerpo. Iba firmemente abierto.


Pero hay algo en Ibsen que, prejuicios sí o no, debe estar: La Sospecha. Ibsen forma parte de ese privilegiado elenco de personas que ayudaron a romper las formas y relatos del dos más dos cuatro puritano, heredero de la modernidad. Avisaba con cada diálogo (como otros lo hicieron con aforismos, o con estudios seudocientíficos) de que la realidad que nos penetra es algo más que la puntita-nada-más de lo obvio.


"Y entonces entendí: la dirección había decidido que, como Ibsen no iba a aparecer en escena a través de las interpretaciones, al menos que estuviera en el vestuario."


Comenzó la obra con un fuera de obra que ya es un recurso clásico en el teatro español de nuestros tiempos. Mientras la gente entra, mira el móvil, habla, mira el móvil, saluda, mira el móvil y finalmente mira el móvil y supera el dolor intenso que anticipa la hora de apagar el móvil y su paliativo de ponerlo en modo avión, alguien anticipa algo de algún personaje de la obra que sale a escena y hace cosas. Ni fu ni fa. Si tuviera algún sentido, sería el de ir poco a poco creando un entorno para que se fundan patio de butacas y escenario y se funde una relación efímera pero apasionada. Pero no. El móvil. Y no ayudó el hecho de que lo que ocurría no era ni especialmente interesante ni fundante.


Recomenzó la obra con un segundo fuera de obra en el que Javier Albalá-Manders sale y avisa de que hay que apagar el móvil. Pánico en la sala. Lo hace con su personaje, y lo agradezco creyéndomelo.


Requetecomenzó la obra con Carla Díaz-Regina que ya llevaba un ratejo por ahí. Y yo buscando a Ibsen. Pero no aparecía.


El vestuario tenía transparencias. Se componía de piezas de ropa hechas de algún tipo de gasa que dejaba ver lo que había debajo, que lejos de ser carne – lo que hubiera sido una agradable sorpresa como punto de ruptura hacia otra cosa – era más ropa, esta vez convencional. Y entonces entendí: la dirección había decidido que, como Ibsen no iba a aparecer en escena a través de las interpretaciones, al menos que estuviera en el vestuario. Porque de eso se trata: de que la realidad mostrenca que aparece ante nosotros sea forzada a mostrar lo que opera debajo. Los personajes, unilaterales hasta el final, cada vez iban mostrando menos y aún más menos (más obra, menos teatro). Su arco era casi inexistente. Y acabaron casi donde habían empezado. Era como si el hecho de colocar algo que señale a Ibsen en la ropa nos eximiera de ponerlo en la interpretación.


"Sus personajes son una galería de opacidades que gracias a su palabra van transparentando un conflicto interno tan intenso que desgarra a quien lo hace y a quien lo contempla. Hasta tal punto que ese conflicto interno desborda el cuerpo e invade la escena de incomodidades."


La contradicción en Ibsen es esencial. Sus personajes son una galería de opacidades que gracias a su palabra van transparentando un conflicto interno tan intenso que desgarra a quien lo hace y a quien lo contempla. Hasta tal punto que ese conflicto interno desborda el cuerpo e invade la escena de incomodidades. (Cuando digo desgarro, no quiero decir gritar mucho durante mucho rato).


Por eso no sirve dejarlo únicamente en el vestuario. Como si una vez que lo hemos simbolizado en esa parte de la obra, los intérpretes ya pueden relajarse y hacer lo de siempre: hablar y gesticular, como si actuar consistiera en tener una intensidad adecuada para que unos ademanes musicalizados por la declamación fueran la piedra filosofal que transforma todo sentimiento y deseo en teatro. Pues no.


"Así que me dediqué a ver la obra que había detrás de la obra ..."


Así que me dediqué a ver la obra que había detrás de la obra:


En el patio de butacas, el señor que se dormía dos filas más abajo a la izquierda; Las técnicos de luces y sonido que no pararon de hablar en ningún momento de la obra, y con sus bisbiseo armonizaban con los sonidos del escenario; unos colegas - probablemente actores y actrices - de Andrés Picazo-Osvald que fueron a verle y consideraron que era mucho más importante hacer unos comentarios en tiempo real durante toda la obra, porque eso la embellecía, que hacer que el silencio convocara algún espectro; dos amigos que se encontraron en el teatro y anticiparon los vinillos de después ... La obra fuera de la obra cobró más forma de lo que se quería con el fuera de obra original.


Mientras, abajo, el intérprete del cura luchaba con su pelo (el del intérprete, no el del cura) para que estuviera bien colocado; Regina luchaba con su acento seudo andalusí, (que supongo que quería decir que si seseas eres del pueblo llano) para que no hiciera como el Guadiana; Helena Alving luchaba con un rictus resistente que se negaba a expresar algo por rigidez. Era otra obra.


Interesante, desde luego, pero no “Espectros”.


Al final de la obra supongo que colgarían a Ibsen de los percheros, y hasta la siguiente función.


 

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Échale un vistazo a nuestras publicaciones anteriores:


El Mal de la Montaña

De Santiago Loza

Teatro Español


La Batalla de los Ausentes

Dirección de Paco de la Zaranda

Teatro Español


Los Nadadores Diurnos

De José Manuel Mora

Teatro Español en las Naves del Matadero




 

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Página Web de la sala:


Entradas:

Naves del Español en Matadero. Sala Max Aub.

Febrero - Marzo 2023.


"Es urgente perderle el respeto al público. Éste es el mensaje esencial del Los Nadadores Diurnos - Salón de Belleza."


Es urgente perderle el respeto al público. Éste es el mensaje esencial del Los Nadadores Diurnos - Salón de Belleza.


En una época de diseminación del sentido que ya va durando lo suyo (toda una generación de escritores que van detrás de una generación de estetas que van detrás de de otra generación de filósofos), esta obra enorme, elefantiásica, se convierte en paradigmática. Nos representa como a seres que han alcanzado su actual forma a base de representar. Y en eso uno se puede perder. Pensando, por ejemplo, que todo lo que uno cuenta vale porque se le ha ocurrido a uno.


"Perder el respeto al público es urgente si eso significa no estar pendiente de lo que el público espera, no intentar agradar a cualquier precio, ni dejar de explorar formas y sentidos por no ofender."


Empezaron los intérpretes contándonos algunas cosas cosas que configuraban un mundo interesante. Una búsqueda, un viaje al interior de un personaje que tiene que salir al universo exterior para averigüar algo que le dejó una marca en sus intestinos. Interesante. Aparecieron personajes fascinantes: amantes, niños paloma, músicos callejeros y más que prometían otro mundo. El relato se armó con bailes y con música y con voces y con luces y eso me encanta. Había búsqueda de formas expresivas que mostraran algo nuevo.


Pero a partir de la hora de representación las formas se empezaron a gustar a sí mismas, la dire se empezó a gustar a sí misma, los intérpretes se empezaron a gustar también, y la diseminación se disparató hasta que se convirtió en esparcimiento personal. Y empezaron a contárnoslo Todo de todas las formas posibles. Y el sentido no se diseminó, sino que se perdió. Y todo desapareció en una mera forma sin contenido. Forma brillante, eso sí, con todo tipo de propuestas visuales. Pero el que más desapareció fue el público, porque la obra se volvió independiente de la relación que se intentaba forjar entre intérpretes y asistentes.


Perder el respeto al público es urgente si eso significa no estar pendiente de lo que el público espera, no intentar agradar a cualquier precio, ni dejar de explorar formas y sentidos por no ofender. Pero perder el respeto al público a veces significa hacer como que no existe. Como que esa comunicación imprescindible en teatro entre los que están en escena y los que contemplan la escena no existe. Y esa pérdida de respeto no sirve para nada, porque lo que desparece es el Teatro, también con T mayúscula.


"El caso es que ... a base de esparcimiento creciente y de gestualidad desatada, llegó el exceso. Lástima. Me quedé sin saber más del explorador viajero, del Niño Paloma y del resto de fascinantes personajes que creó José Manuel Mora."


Aunque me encanta, y creo en ello con firmeza y pasión, no voy a entrar en el análisis de la interpretación. Gestualidad estándar ya es un clásico para el teatro español que prefiere eso antes que hacer personajes, y que lo premia con ovaciones en pie y con reconocimientos oficiales. Manuel Tejera abordó desde el principio ese explorador a base de estándares gestuales que hablaban mas de su atrevimiento que de su personaje. Juan Codina fue a sus manos lo que Pepe Viyuela suele ser a su cara, un repertorio inacabable de gestualidad, que decía más de su habilidad que de su personaje. Pero dije que no hablaría de esto. Así que, al más puro estilo parlamentario, he hablado de ello en la forma de hablar que consiste en decir que no vas a hablar. Me pudo la pasión. Pido disculpas insinceras y continúo.


El caso es que nos habíamos quedado en que, a base de esparcimiento creciente y de gestualidad desatada, llegó el exceso. Lástima. Me quedé sin saber más del explorador viajero, del Niño Paloma y del resto de fascinantes personajes que creó José Manuel Mora. A partir de este momento, nos lo contaron Todo. Sólo porque podían. Sólo porque tenían talento para hacerlo. Sin límite, sin creer en la sencillez. Pensando que todo lo que se nos ocurre tiene que salir a escena. Pero en ese contarlo Todo se perdieron los personajes y ya no supe más.


Yo también tengo miedo a desaparecer, y a veces siento que tengo que replicarme íntegro y en mi totalidad exhaustiva y así tal vez ... Pero no. En teatro, al igual que en la vida, no funciona así. Cuando de repente intentas contarlo todo, Todo, acabas corriendo el riesgo de no contar nada por exceso. Una sola historia las cuenta todas. Contándolas todas a la vez, no cuentas ninguna.


"Y yo tampoco creo en las duraciones prestablecidas, ni en la castración de la creatividad por razones de espacio-tiempo ... Pero aquí se confunde la eternidad del momento con el momento eterno por estiramiento, y no es lo mismo."


El exceso también se comió el final. O mejor dicho, los finales. Porque pudo haber hasta siete.


Y yo tampoco creo en las duraciones prestablecidas, ni en la castración de la creatividad por razones de espacio-tiempo. Porque en un momento se puede crear una eternidad como ya sabía Wittgenstein. Pero aquí se confunde la eternidad del momento con el momento eterno por estiramiento, y no es lo mismo.


Después de siete éxtasis finales, con sus crescendos sinfónicos y su despliegue de habilidades artísticas de todo tipo, siempre había un no-final. El primero era perfecto para acabar. El segundo excesivo en línea con la obra. El tercero ya demasiado largo. El cuarto, prosaico. Los últimos, masturbaciones solitarias ante un público borrado de la relación sin despedida.


Llegamos a las dos horas y media. Y atrás quedaba ese comienzo prometedor como si de otra obra se tratase. Delante de mí solamente los restos de una promesa, y, eso sí, un elenco extremadamente talentoso (todos polímatas que bailaban, cantaban, declamaban e interpretaban instrumentos con mucha pericia). Para sostener ciento cincuenta minutos de obra hace falta más pegamento que el exceso y el deseo de contarlo todo.

"Delante de mí solamente los restos de una promesa, y, eso sí, un elenco extremadamente talentoso."

 

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El Mal de la Montaña

De Santiago Loza

Teatro Español


La Batalla de los Ausentes

Dirección de Paco de la Zaranda

Teatro Español


Noche de Reyes

Dirección Helena Pimenta y Álvaro Tato

Teatro Español en las Naves del Matadero



 

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